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A la Madre María Claudia en Popayán

Cómo olvidarme de aquel 8 de enero, día en que le declaré mi amor eterno y aunque ya lo había hecho otras veces, esta vez era especial, porque esta vez mi alma sabía que pronto iba a partir.

La madre Maria Claudia, así se llamaba ella para todas nosotras y para toda nuestra ciudad, nombre que se había puesto el día en que se vistió de monja para servir a Dios por medio de unas niñas de un colegio y eso es un decir, porque la verdad es que le sirvió a Dios y al mundo entero de todas las formas posibles. La Madre se entregó en cuerpo y alma a todo ser que pasaba frente a ella, así con tanto amor y dulzura ella sentía compasión. y sentir esto no es fácil para todo el mundo.

Pasé muchos años de mi vida en el colegio San José de Tarbes de Popayán, mi colegio; cuya insignia era la Madre Maria Claudia, ella lo era todo, sin ella el colegio no era lo mismo y eso pasó cuando la madre ya no pudo seguir atendiendo al colegio como siempre lo hizo, con tanta entrega y tuvo que delegar a otras personas esa labor que nunca volvió a ser igual. La Madre amaba a todas y cada una de sus niñas y a sus mamás y a sus abuelas porque ella desde muy joven inició su labor como rectora y poco a poco fueron pasando las generaciones y en todas iba dejando huellas.

Yo tuve la fortuna de estar en su coro, de hecho fui la única alumna de primaria que se inició en el coro de bachillerato. Ella conocía mis habilidades en este menester y como yo vivía al lado de colegio me dijo: Julianita, voy a hacer una excepción contigo y te voy a dejar entrar al coro desde ahora y además porque se que Albita (mi abuelita) se va aponer muy contenta por esto. Y así di inicio a mi participación en el coro, desde ese día hasta el final de mis días en el colegio; no contenta con esto, canté unas veces más como ex alumna. Todas recordamos con alegría y risas, nuestras experiencias en "el coro de la Madre", éramos las privilegiadas, además porque nos sacaban de clase para ensayar cuando había alguna presentación importante pronto y cuando teníamos ensayos extras, la Madre, esa mujer tan generosa, nos daba el almuerzo y nos mandaba con Ancisar a la casa. Ancisar... uno de sus más fieles compañeros de trabajo, su chofer.

8 de enero 2019. Tuve la fortuna de verla, estar con ella, sentirla y decirle todo lo que quería decirle antes de su partida. Dios me dio esa oportunidad! Yo ya la había ido a visitar muchas veces y le había mandado cartas, detalles, pero esta vez fue especial. Entrar a su casa siempre ha sido un placer, verla así siempre igual con sus muebles antiguos de madera y los mismos adornos, siempre llena de gente pero al mismo tiempo en silencio. Esta vez la Madre no me recibió en su cuarto como la vez anterior, esta vez me recibió en una sala de visitas con varios asientos, imágenes religiosas y con la Madre Laurita a su lado, ella su más fiel compañía junto con la madre Marucha quién se nos fue  unos años antes. Cris, una de sus hijas, quien con mucho gusto me gestionó mi visita, con mucha alegría me recibió y me llevó a verla en esa habitación.

Verla ahí, tan frágil, tan delicada, tan fina, tan ... ELLA.

Su mirada clara y transparente, llena de amor y bondad, una mirada de misericordia, su virtud principal. Esa misericordia que la llevaba siempre a ponerse en el lugar de los demás para ofrecer un cobijo a todo aquel que se arrimara en su hombro, la que había tenido conmigo muchas veces, porque aunque yo había sido una de las tantas alumnas que habían pasado por su lado, yo era especial para ella. Siempre lo sentí, siempre me lo dijo, siempre me lo manifestó, sin entrar en detalles ella hizo por mi muchas cosas que no hacía por otras niñas; la verdad ella me amaba, ella amaba a todo el mundo, pero a mi un poquito más que al mundo,  al igual que a otras personas lógico, pero yo entraba en su grupo selecto.

Me senté en un banquito a su lado, ella en su silla de ruedas bien peinadita y bien arreglada con su ropita de viejita de sacar al sol. Olía a talco de bebé y a colonia de bebé, ya no era la señora fina y bien parada que siempre veía en los pasillos del colegio, caminando, haciendo algo, siempre inquieta y vigilante de su gran tesoro: Nosotras, el Colegio. Ahora la madre era un ser con más luz y más santidad porque ya se estaba acercando el momento de unirse a Dios de una manera más profunda, y aunque se que Dios siempre está en nosotros, en este plano nos cuesta a veces sentirlo de manera más vivaz. Ella ya lo sentía y se conectaba con El más profundamente. era tan evidente eso; sus silencios lo decían.

Le cogí la mano, ella me agarró tan fuerte como cuando un niño agarra a su Madre y no la quiere soltar y así estuvimos mas de tres horas. de verdad sin soltarnos. Las dos sabíamos que esa era nuestra última vez; su alma lo sabía y la mía también, pero nuestras mentes no; esa vez nos dejamos llevar por el corazón que siempre tiene la razón. Al medio día entró una de las religiosas del colegio a darle la comunión e hicimos una oración. Yo me puse de rodillas y en ese momento pedí perdón a Dios por todos mis pecados, por todos mis errores cometidos y ella puso su mano en mi cabeza, yo sentí que el mismo Dios me perdonaba ahí, al lado de mi Madre Maria Claudia y las demás mujeres del salón.

Cuánto agradezco esa visita.

Le dije todo lo que quería decirle, le agradecí por mi, por mi familia por mis amigas, por todas las niñas del colegio, le agradecí en nombre del mundo entero la labor que ella hacía, le exalté cómo ella con todo lo que había hecho por un grupo de niñas, había esparcido su obra por todo el universo. Cómo cada niña que había pasado por su lado estaba iluminando el planeta, le hice saber que su luz se había encendido para siempre en nuestras vidas y que todas y cada una de nosotras alumbraba con esa luz Josefina que jamás se apagaría.

Hoy canto en una iglesia una vez a la semana, lo hago porque me gusta ofrecer ese servicio a Dios que me regaló ese talento y ahora lo hago con más devoción, pero lo que más me motiva es pensar en ella y se que ella se alegra, yo la siento conmigo y me la imagino al frente mío dirigiéndome como lo hizo muchos años en el colegio en el coro y no solo en el coro sino en mi vida, porque gran parte de la persona que soy ahora que ya maduré un poco más, se lo debo a ella a sus palabras y a su vida ejemplar que me sirve de referencia de lo que es realmente vivir en virtudes.

Su alma está conectada a la mía, siempre lo estuvo y siempre lo estará. GRACIAS POR TODO MADRE LINDA.






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